Una Bocanada de Oxígeno

Una Bocanada de Oxígeno

                           Una Bocanada de Oxígeno

Hagamos un descanso, un alto en el camino, como dijera Germán Dehesa, mi hermano. No, no abordaré el tema de la penosa concentración populista del día de ayer en el zócalo, financiada con el ahorro público, con la aquiescencia o no de los contribuyentes de impuestos federales. Una vergüenza, además anacrónica. No me referiré a la herencia maldita que recibirá el nuevo secretario de hacienda, después de 6 años de despilfarros suicidas, de escandalosas malversaciones de fondos, de endeudamientos públicos autorizados, tan aberrantes como criminales, hasta la ignominia, por su antecesor. No, abordaré el tema de los aranceles ni de los narcos ni de los monstruosos libros de texto que atentan contra la niñez y, por ende, contra del futuro de México. No, en esta ocasión, abandonaré los contenidos tóxicos para relatar la experiencia vivida y confesada por un fraternal amigo, cuando en razón de su edad provecta, prefirió recluirse en un asilo de ancianos.

Al transcurrir un par de meses de encierro en la institución, padeció un brutal enfrentamiento con la vejez, con la decrepitud y con el arrepentimiento al compartir su tiempo con personas que llevaban varios años de internamiento, de las cuales recibiría lecciones inolvidables: no importa, me dijo, que tan joven seas hoy, porque algún día serás viejo y cuando ese día llegue, ¿qué tipo de vida habrás vivido…?

        Aprendí, me hizo saber, que la soledad es la enfermedad más devastadora y que la lucha real no es física, sino emocional. Se encontró con personas que no habían recibido visitas en meses o hasta, años. ¿Sus hijos? Ocupados. ¿Sus amistades? Ausentes, tal vez para siempre. Nada podía reemplazar el calor de la familia. Ellos, lo confesaban, desearían haber disfrutado relaciones más sólidas antes de haber llegado ahí, e invertir menos tiempo persiguiendo el dinero y más tiempo forjando vitales camaraderías.

        Entendió que la salud es más importante que la riqueza. Uno de los huéspedes era un gran empresario, un viajero empedernido, dueño de residencias, yates, joyas y autos de lujo, pero su cuerpo lo había traicionado y ya no podía comer ni vestirse ni ir al baño ni caminar ni moverse sin asistencia ni jamás recuperaría el regalo más grande de la existencia: su independencia. A estas alturas, ni con todo el dinero del mundo podría comprar su salud ni practicando ejercicio ni cuidando su dieta ni controlando su stress. ¿Para qué la riqueza si ya no podía gozarla? Ahora vivía en un pequeño cuarto sin lujo alguno, sin obras de arte de gran valor. La acumulación de bienes ya había perdido sentido y lo único que tenía verdadero significado eran los recuerdos compartidos con seres queridos. Hubiera sido mejor coleccionar instantes que objetos.

Una mujer de más de 85 años le había confesado que la felicidad consistía en no pensar en las pérdidas sufridas, fuentes de rencores y resentimientos, ya fuera con sus hijos o con amigos del pasado, sino de disfrutar lo que todavía tenía, como una buena conversación, una rica taza de café, o la agradable sensación del sol en tu espalda. No eran sus enemigos, quienes estaban atrapados en el dolor, sino ella misma que soportaba un corazón atestado, cuyo peso no soportaba. Había perdonado, sí, pero no porque la persona lo mereciera, sino porque ella merecía más la paz, que el orgullo, ya que el mañana no estaba asegurado y había que quitarse el plomo de las alas.

        Otro compañero de asilo, le había comentado que los sueños había que materializarlos de inmediato porque al esperar, si la posibilidad se daba sería demasiado tarde. El momento perfecto para disfrutar la vida era ahora; amar a las personas era ahora, ahora mismo, sin excusas, como si cada amanecer y casa carcajada fueran las últimas, porque un nuevo día era un regalo, imposible desperdiciarlo. La vida no se mide en años, sino en momentos, decía. Envejecer no se trata de los años que restan por vivir, sino de aprovechar los que aún faltan sin pérdidas de tiempo.

        Al concluir la conversación alcanzó a decirme: “No importa la edad que tengas, valora tu salud, dile a tus seres queridos cuánto los amas y los necesitas, pues si llegas a estar sentado en un cuarto de asilo solo con tus recuerdos desearías haber hecho más, muchos más. No dejes pendientes: si quieres te doy una definición de la vida en 5 letras: ¡AHORA! Menuda bocanada de oxígeno recibí sin esperarla…